Arde el papel

Primero intentaron razonar con él. Después, lo amenazaron. Luego, intervinieron el circuito que controlaba la apertura de la puerta. Lo siguiente fue utilizar explosivos en los bordes para hacerla caer. Aplicaron láser donde el estallido hizo daño. Fabricada en acero y de 30 centímetros de espesor, la puerta estaba a punto de ceder, así que comenzaron a golpearla con un ariete de hierro. Al otro lado, sentado y apoyado en la puerta, Acasio recibía en la espalda la vibración de cada golpe. Pasaba la vista de un lado a otro de los cientos de anaqueles repletos de libros que llenaban casi por completo el sótano que construyó bajo su casa. Había libros que le dejó su padre y muchos más que fue recuperando durante la vida. Gastó todo el dinero que heredó y parte de lo que fue ganando en proteger esas páginas que reunían todos los géneros y todas las áreas del conocimiento, como novelas, poesía, filosofía, historia, psicología, física, biología, derecho y astrología. No se le había escapado nada, pero aún quedaban demasiados textos por reunir y ocultar. Protege lo que te dejo y sigue buscando, es la única forma, le dijo su padre antes de morir.

La colección tenía más que nada libros editados antes del siglo XX, pero nada que excediera el 2035, ni siquiera las reediciones de textos antiguos. Leía lo más posible, muchas veces compraba y llegaba a casa a leer. Fueron años de búsqueda, su esposa lo abandonó y sus dos hijos dejaron de hablarle, pero no le importaba. Los golpes del ariete seguían vibrándole en la espalda y sonaban como esas campanadas que acompañan a los cortejos fúnebres. La puerta pronto cedería. Hace unos tres años aceptó la posibilidad de que los agentes lo descubrieran. Fue cuando abandonó por un tiempo la red neuronal de información, donde se había centralizado la libre circulación de datos y conocimiento, libertad considerada necesaria para el bien de la sociedad. Estuvo fuera varios meses, pero el nerviosismo lo hizo volver, entendió que su ausencia lo delataría. Tuvo miedo, pero en ese momento no pasó nada. ¿Cómo lo descubrieron ahora? ¿Quién podría haberlo entregado? ¿Su esposa? ¿Sus hijos? Lo odiaban, pero no tanto como para denunciarlo. Nunca lo entendieron, él tampoco les explicó, no pensaba que fuera necesario. Ellos acumulaban programas en los dispositivos, él libros. Nunca les reclamó nada, ellos a él sí. Lo más probable es que alguno de sus contactos lo delatara, no podía ser nadie más.

En verdad, Acasio tampoco entendió a su padre durante mucho tiempo. Lo consideraba un loco obsesionado con una acumulación sin sentido, porque jamás podría leer todo lo que tenía, menos con las cantidades que iba sumando. Pero entendió a tiempo y tuvo que hacerlo solo, el viejo tampoco le explicó por qué lo hacía. Fue cuando se quebró a causa de la crisis nerviosa detonada por esa confusión que fue más allá de lo que podía soportar. En un mundo con el conocimiento a disposición de todos y de acceso inmediato, estaba seguro de que podría aventajar en pocos años a su padre, a quien consideraba un sabio pero a la vez un tonto que insistía en desperdiciar el tiempo en libros y que se conectaba a la red neuronal solo para que no lo descubrieran. Acasio terminó haciendo lo mismo. Conectado, nunca pudo entender nada de lo que consumía, todo era una contradicción tras otra, lo que circulaba no coincidía en su mente y menos en la realidad. Apenas alcanzaba a asimilar los datos, cuando ingresaba uno, otro ya empujaba para entrar y así hasta que se desconectaba. Pero lo que más le exacerbó la ira fue que los demás parecían encontrarle sentido a todo, hacían calzar las piezas con facilidad. Acasio a veces envidiaba esa lucidez que casi todos parecían tener, pero conocía demasiadas personas que podían decir una cosa, al día siguiente lo contrario y, un mes después, algo totalmente distinto.

Así de vertiginosa era la forma en que mutaban los hechos, todo era porque sí, como si no existiera la memoria. Nadie lo notaba y eso terminó por hacer caer a Acasio, no podía controlar el torbellino que le arrasaba la cabeza. Quiso convertirse en ese tal Zaratustra del que había leído y aislarse en una montaña, o donde fuera, para reordenarse la mente, pero jamás regresaría a la civilización. No quería volver a ver ni escuchar a ningún ser humano por el resto de su vida, pero con el tiempo salió del agujero del conejo y pasó a ser el escudero y heredero de su padre. Ya no existían mujeres ni hombres que escribieran libros, no recordaba en qué año dejó de ser necesario, como muchas otras cosas, así que se sumergió en la biblioteca familiar y fue primero por lo antiguo. Con el tiempo, Acasio pudo calzar algunas piezas y seguía haciéndolo en ese momento en que estaba a punto de ser apresado. No era algo que se terminara de hacer en una vida, tampoco la recolección de libros. Tuvo esperanza en que sus hijos algún día entendieran por sí mismos como él lo hizo, pero ya era tarde, no quedaría nada que ellos pudieran proteger.

¿Cuál fue el primer libro que leyó? Lo recordaba, conocía la ubicación en el sótano. Se puso de pie y fue a buscarlo. Lo sacó y lo hojeó, era el segundo tomo de la Memoria del fuego, narraciones de hechos que él ya conocía en la época en que lo leyó, pero escritos desde otro lugar y con nuevas perspectivas. Solo había conseguido una edición de esa obra, dudaba que a esas alturas existiera otra. Los rumores decían que de a poco estaban recolectando todos los libros viejos para dejar en circulación solo lo publicado después del 2035, lo que, en algún momento, también se eliminaría. Muchos como él habían desaparecido, sin saberse por qué en algunos casos y, en otros, acusados y muertos por delitos absurdos. Recuerda uno que fue sentenciado a muerte por atentado a la libre circulación o algo similar. Y así también la mayoría de sus contactos desaparecía. Se dio cuenta de que Alicia en el país de las maravillas estaba junto a los tres tomos de la Memoria del fuego. No supo cómo llegó allí ese libro. De esa historia pudo conservar cuatro ediciones, no sabía si era posible conseguir otra. De la continuación, nunca estuvo ni cerca de encontrar un ejemplar. Lo sacó y lo llevó a su lugar, donde estaban reunidos los clásicos decimonónicos y lo puso dentro del género que le correspondía. Volvió a sentarse en la puerta, sentir el ruido lo más cerca posible le daba certezas.

Sí, era la única forma. En una realidad donde la mentira es verdad y la verdad mentira, en caso de que esos conceptos aún pudieran usarse, era la única forma. En realidad, pensó, la esperanza que alguna vez tuvo en sus hijos fue estúpida. Ellos eran de los primeros, él de los últimos. Alcanzó a tener profesores, en los últimos años a través de la pantalla, pero los tuvo. La generación de los hijos se conectaba y vamos recibiendo, en la misma casa, aplicación tras aplicación, sin filtro ni calificación, para qué, si pocas personas hacían cosas por sí mismas, lo que ya era innecesario. Y después de eso, a socializar. Pero a pesar de lo mal aspectada que veía la situación, Acasio mantenía una esperanza, solo que no en sus hijos, sino en un pequeño que vio en casa de uno de sus contactos y que le hizo pensar que más niños como ese existían y existirían siempre. Le bastó mirarlo para saberlo. Esperaba que no les hubiera sucedido nada, hace mucho tiempo que no sabía de ese contacto. Intentó ubicarlo varias veces sin éxito. Las vibraciones le llegaban cada vez más fuerte en la espalda y el polvo del techo empezó a caerle en la cabeza. Quedaba poco. Sintió un líquido que le descendía por la nuca y que llegaba al cuello. Se pasó la mano y vio sangre. Claro, antes de refugiarse en el sótano tuvo que arrancar de los dos agentes que lo detuvieron en la calle. Empujó a uno para correr, pero el otro alcanzó a rozarle la cabeza con un balazo. Acasio sintió que el disparo pasó por el pelo sin tocar el cuero, pero al verse la mano ensangrentada supo que le abrió un tajo pequeño.

¿Se resistiría ahora? No estaba tan loco, además, ya era viejo, se sentía agotado, la empresa era demasiado grande para un solo hombre. Aprovechó que los agentes estaban a punto de entrar para rendirse. Si el papel iba a arder, sería por su mano, no la de ellos. Tomó una botella con gasolina que guardaba en caso de emergencia y con el brazo empujó varios libros hacia el suelo desde distintos anaqueles, les roció gasolina y se paró al medio del montón. Con un encendedor prendió fuego al que tenía al alcance y en segundos todos ardieron. Cayó la puerta de acero y el primero en entrar fue el hijo menor de Acasio, quien al ver esa escena recordó la muerte de Giordano Bruno en la pira. La imagen en el sótano era casi identica a la fotografía que vio esa mañana en la red neuronal de información, de las pocas que existían sobre la muerte del nolano. La fotografía era perfecta, si se le hacía zoom se podía ver cada detalle del sufrimiento del hereje cuando, con desdén y entre las llamas, volvió el rostro ante el crucifijo que le pusieron delante.

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