La IA

Después de varios intentos, el estómago de Manuel volvió a reclamarle alimento, está vez con una sensación de desvanecimiento. Por su parte, la espalda, que también pidió atención sin ser escuchada, lo amenazó con extender el dolor hacia la pierna izquierda. Manuel llevaba horas entrenando la aplicación de IA que tenía pendiente en su trabajo y la hora de almuerzo había llegado. En realidad, llevaba semanas intentando que hiciera buenas predicciones, con una tensión que aumentaba a diario y a la par con la pega que dejaba de lado para concentrarse en esa aplicación. Quizás los datos que le entregaba a la IA resultaban confusos o contradictorios, aún no lo sabía. Fue a la cocina, abrió el refrigerador y evaluó qué podría preparar con lo que encontró. Nada, era muy poco, además, no tenía ganas de cocinar. Desde que empezó a trabajar a distancia, cada día le molestaba más preparar el almuerzo o la cena. Por lo mismo, su desayuno era escuálido, muchas veces solo un café. Se apoyó en el lavaplatos, sacó del bolsillo el celular y revisó sus redes. Abrió una y vio una fotografía de su hermana, Anita, sobre un bote con una catedral de mármol de fondo. Abrazaba a su marido. Siguió navegando por publicaciones de diarios, bandas, páginas de memes hasta que dio con una fotografía de Laura, una compañera de trabajo, en una playa de Punta de Cana. Era guapa, siempre le había gustado y en la imagen la encontró aún más guapa con ese bikini de colores ochenteros. Lo malo, aparecía el pololo mostrando sus abdominales perfectos y su perfecta cara de ahuevonado. Miró otras cuentas y se detuvo en una nueva foto, un conocido, no recordaba quién era ni por qué lo había agregado. Era una selfie junto al Arco del Triunfo.

Pensó que había llegado su turno, que ese era el momento preciso para tomar vacaciones. Pero primero, a resolver el tema del almuerzo. Volvió al escritorio del computador, minimizó el programa de escritura de código y abrió la web del local donde siempre pedía pollo frito. Miró algunas promociones, pero se sintió tentado a resolver primero lo del viaje. Vio en su cuenta de la empresa que tenía 22 días de vacaciones acumulados. Perfecto, hablaría con su jefe para tomárselos todos. En su vida había viajado poco y siempre a lugares cercanos a Santiago, playas y algunas excursiones a cerros. Ya era hora de convertirse en un ciudadano del mundo. Antes de ver los precios de los vuelos y posibles destinos, abrió otra de sus redes y le apareció la fotografía de su yunta, Alfredo, tomando melón con vino en una playa de Cartagena. Basta de tortura, dijo, y fue a la web de la aerolínea. Lo primero que vio fue un paquete de 7 días en Atenas. Maravilloso, pensó, Furia de Titanes, Jasón y los Argonautas, Zorba el griego. Sería bonito hacer esos pasos a la orilla del mar, pero recordando las escenas de esas películas, se le hizo un paisaje muy seco, de muchas piedras. Continuó buscando.

Apareció un vuelo a Londres. Atractivo, una ciudad cosmopolita, de mucha actividad cultural y elegancia. Pero allá estaban en invierno y le habían comentado que el frío corta la piel. Además, el acento de los ingleses era complicado y él dominaba apenas el estadounidense atarzanado. Siguió. Barcelona, siempre quizo conocerla, pero se le hizo muy repetida. Ni un brillo ser otro fotografiado más con la Sagrada Familia detrás. Alemania, ni una posibilidad, no entendía nada de la lengua teutona y, según le dijeron, a los latinos los golpean por nada. Italia, tallarines, buen vino, conocía la fama de las italianas, pero nunca podría seducir a una, estaba lejos, pero muy lejos del arquetipo del conquistador. Y la mafia, hace poco capturaron a uno de los capos de la Cosa Nostra, pero mejor no. Continuó buscando. La India, atractivo destino, pero mucha pobreza y demasiados huevones, no soportaba las aglomeraciones, hasta en los matrimonios se asfixiaba. En la India se ahogaría. El sudeste asiático, le daba miedo, europa del este, sería un loco si viajara en estos momentos a esa zona. Quizás si tuviera a alguien que lo acompañara le sería más fácil elegir. Aún mejor, podría existir un algoritmo que se alimentara de todo lo que hacía a diario, sus hábitos y gustos, y generara patrones a partir de esa data para concluir “tienes que viajar a tal lado”.

Los precios a Europa estaban muy caros, por lo que se centró en el vecindario. Brasil, mucho calor y las favelas son peligrosas, se acordó de Ciudad de Dios. Uruguay, no tenía idea de Uruguay, salvo que se podía fumar marihuana. Argentina, le caían pésimo los argentinos, más todavía desde que ganaron el Mundial. Y tampoco podría seducir a ninguna argentina y le encantaban. Oreiro, tremenda, Pampita, diosa, y amaba a Tini, no había escuchado ninguna de sus canciones, pero estaba como para llevarla a tomar once con sus viejos, aunque era muy cabra chica para él. De todas ellas y más, seguía sus cuentas en las redes, pero no les dejaba ni un like. Fue a lo local. Torres del Paine, carísimo, eso es injusto para los chilenos. Chiloé, también, buscó el lago General Carrera como lo hizo su hermana y lo mismo, piden demasiada plata por viajar en tu propio país. En realidad, todo está caro, maldita pandemia, maldita guerra y maldita situación mundial. Pésimo momento para viajar. Otra vez se vio intentando tomar una decisión sin poder hacerlo. Se obligó y cerró los ojos. Hizo clic al azar y aceptaría lo que saliera. Los abrió y vio que seleccionó la promoción del bucket de 11 chiken strips más 11 alitas crispy, que venía con una porción de papas fritas y bebida. Estiró el cuerpo y respiró satisfecho.

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