El vértigo de la ciudad al fin lo dejó descansar. Bajo una luna de febrero, ella lo acostó en su cama y tiernamente le susurró al oído: “duerme en silencio, duerme, que si las ramas de los árboles no te protegen, brazos con brazos te meceré mejor que el viento. Y si tus sueños te traicionan, frente con frente te daré los míos. Y si tu corazón deja de latir, cuerpo con cuerpo harás tuyo mi palpitar, y si el frío muerde, mejilla con mejilla, mi calor”.
Él ya dormía en silencio. “Duerme en silencio, duerme, que labios con labios te diré te quiero”.