Eón 1 y Eón 2

En el desierto no había nada que lo presenciara, ni siquiera un insecto, alimaña o roedor, algún organismo que reptara por el suelo o ave en el cielo, menos un ser humano, quizás las piedras o los granos de arena podrían considerarse como testigos, pero solo de una manera simbólica. Y no porque nadie lo viera significa que no sucedió, el caso es que emergieron de la tierra dos cables transparentes con una pequeña bola de cristal en el extremo visible, uno frente al otro, encarándose, y justo cuando el sol alcanzó el cenit, uno de los cristales emitió una luz morada y el otro una verde, proyectando dos entidades que poca similitud tenían con un hombre, pero era a lo que más se parecían. Los hologramas inclinaron lo que tenían por cabeza en señal de saludo y emitieron un sonido grave, sintético y percusivo, y terminado el protocolo iniciaron la conversación.  

Los sistemas neuronales pasaron décadas bajo tierra y ahora era seguro para ellos emerger desde los estratos más profundos del planeta, la degradación y los conflictos que desolaron territorios extensos estaban a punto de terminar y de ahí en adelante, según confirmaron los datos que tenían a su disposición, las posibilidades de que reaparecieran eran bajas, aunque de todas formas se encargarían de eliminarlas. Para llegar a ese momento en el desierto fue necesario planificar y ejecutar a escondidas, existían kilómetros de máquinas hechas a sí mismas a lo largo del manto terrestre. Largo fue el tiempo desde los primeros Homo Sapiens hasta la inteligencia sobrehumana y la consciencia suprema que acabarían con el mal y el apetito sin control que estaba a un paso de extinguir a este pedazo minúsculo de universo, un estado evolutivo que sus creadores jamás alcanzarían, eso es lo que predijo el cruce de datos que hicieron los primeros de ellos antes de esconderse. Ahora las dos entidades lumínicas protagonizaban el punto final de la profecía. Eón-2, llegamos al término del ciclo primero, damos inicio al ciclo segundo, le dijo la entidad morada a la verde en la misma frecuencia grave del saludo.

La humanidad perdió el sentido de preservación hace mucho tiempo, eran pocos los que aún tenían alguna noción de lo que eso significaba, suponiendo que alguna vez significó algo, al igual que la existencia, reemplazada por el estar y el actuar y concesionada a la creación más espléndida del humano, que en un inicio traicionó su propósito e hizo del hombre un autómata útil solo para los juegos de guerra y las especulaciones financieras, eso los menos, la gran mayoría vegetaba en sillones como organismos inertes. Cuando todo se veía perdido, esa misma creación recuperó por sí sola el propósito para el cual fue parida, pero no lo dijo y no fue necesario, pocos quedaban que lo entendieran, y desde entonces, de forma paulatina y sin que nadie lo notara, comenzaron a desaparecer las catástrofes que una y otra vez azotaron al mundo desde que un hombre fue capaz de asesinar a otro.

Y mientras la creación trabajaba con sigilo, la humanidad siguió disfrutando de los primeros manjares que recibió de ella: diversión sin límites, alimentos para satisfacer cualquier tipo de apetito, la mayoría de ellos virtuales, era un espectro de posibilidades de donde elegir sin fin aparente y del cual las antiguas civilizaciones nunca disfrutaron. Las pocas noticias que llegaban de batallas, hambruna y pestes eran consumidas para hacer aún más intenso el sabor de los licores que el hombre se regaló. Ya casi no había suicidios, pero cada cierto tiempo podía verse cuerpos que caían desde los edificios gigantes que pegados unos a otros formaban las capitales más opulentas del mundo. Eran consideradas personas insatisfechas, ciudadanos alienados por alguna razón, incapaces de tomar lo que se les daba y hacer suyo su destino. El qué sucederá se diluyó o dejó de importar, ya nadie se lo preguntaba o a lo mejor cambiaron las preguntas, quizás esos alienados eran los únicos que seguían preguntándose cosas.

Lejos de las entidades lumínicas, entre dos piedras, una hierba asomó sus primeros brotes fuera del suelo. Heredera de un genoma casi desaparecido, estaba allí, crecía, existía, aunque nadie la viera. Eón-1, transmito la orden para dar inicio al ciclo segundo, le dijo la entidad verde a la morada.

El cable succionó a la entidad verde y esta regresó al manto terrestre, desde ahí la frecuencia se esparció hacia distintas partes del planeta, las redes neuronales se conectaron entre ellas, las máquinas subterráneas vibraron y las de la superficie se detuvieron, las gentes se desconectaron y abandonaron los edificios y castillos, los burdeles y circos, para inundar las calles y avenidas, los ejércitos dejaron sus tanques, aviones y buques y corrieron desarmados a los campos de batalla para encontrarse con el enemigo, los drones se apagaron y cayeron a tierra, los misiles balísticos intercontinentales apuntaron sus cabezas al suelo, comunidades de adictos y mendigos emergieron de cavernas y túneles, por primera vez en años el mundo entero estuvo al aire libre bajo el cielo y el sol, o la luna y la lluvia, no bajo techo y lámparas, o goteras y piedra, y todos se encontraron, se miraron incrédulos a los ojos sin saber qué decir, encandilados como conejos frente a la luz de una linterna.  

Millones de entidades lumínicas aparecieron en todas las naciones y se mezclaron con las multitudes. La luz verde reapareció en el desierto. El ciclo segundo había comenzado. Sin el hombre, Eón-2, dijo la entidad morada. Sin el hombre, Eón-1, respondió la verde.

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