Los boleros de Luis

Me engañas mujer, con el mejor de mis amigos que fue…, balbuceaba Luis siguiendo la canción con la cabeza apoyada en la mesa, apretaba una botella de vino con la mano izquierda y con la otra un vaso a medio llenar, el mantel le absorbía las lágrimas y los mocos que se acumulaban en un manchón que casi era un círculo perfecto. Luis abrió la primera botella cuando el día empezó a apagarse y se tragó de un sorbo lo que quedaba de la cuarta cuando la aguja de la tornamesa se alzó silenciando la voz de Lucho Barrios. Tambaleante abandonó la silla, la botella cayó al piso, avanzó hasta el parlante y se puso de rodillas frente a él, se llevó la mano al corazón y levantó la cabeza, respiró hasta que le dolió el interior de la nariz y con la manga de la camisa secó las lágrimas y los mocos que ya le entraban en la boca. Puso otra vez la aguja en el surco inicial de la canción que recién había escuchado y en esa posición de estatua suplicante cantó, sin achuntarle a ninguna nota y abriéndose la camisa para liberar la tristeza del pecho, y el corazón y mi alma te di, ingrata mujer, me enamoré de ti…, pero no alcanzó a llegar a la siguiente estrofa porque se tiró de guata al piso. Así durmió hasta que la columna y la cabeza, ambas en dolor, lo despertaron, se dio vuelta y mirando al techo juntó ánimos para levantarse e ir a la cama, antes pasó por la cocina para tomar agua, sentía la lengua como una lija. Tuvo ganas de mear, pero fue incapaz de llegar al baño, se lanzó sobre la cama y rebotó, cayó al piso y ahí se quedó en el sueño definitivo ya sin lágrimas en la cara.

Si alguien hubiera presenciado la escena, pensaría que este hombre es un romántico como ya no los hay, que intenta apagar el dolor de la traición, o, por el contrario, lo catalogaría como un borracho perdedor y siútico que se rebaja a lo indigno por carecer del carácter suficiente para el estoicismo; un hombre sensible como antes no los había o un neurótico de esos que se predestinan a sí mismos a la soledad y frustración. Si Luis se enterara de esas sentencias, no les daría ninguna importancia porque su mejor amigo jamás lo traicionó con alguna de sus amadas, nadie le rompió el corazón ni la mujer de su vida lo abandonó justo cuando alcanzaba la estabilidad. A Luis solo le gusta finalizar las relaciones o inducirlas al quiebre para vivir en carne propia lo que canta el bolero, la tragedia del amante sincero y humilde que debe resignarse a perder el amor o a vivir con una herida abierta. Cada vez que termina con una mujer, o lo patean, Luis compra vino y vamos tomando y llorando y escuchando boleros, usa vinilos pero no le hace asco al streaming, regocijándose en el placer de la trizteza y la desilusión, de reconocerse vulnerable, de estar herido, pero más que nada, de representar la letra de la canción sin importarle si relata o no lo que padece.

El fanatismo de Luis por el bolero es herencia de su abuelo y de su padre, de ellos aprendió todo lo que hay que saber y sentir por ese género, él cree que en ninguna etapa de su vida no escuchó boleros. Según la madre, apenas lo trajeron a la habitación del hospital después de nacer, le pusieron “El reloj” y esa fue la primera vez que lloró, no cuando el doctor lo levantó de los pies tras sacarlo del útero. Luis tiene una canción para cada una de las mujeres con las que estuvo, por alguna razón esos cantares representan lo que él sintió al vivir el quiebre respectivo: Camila es “Aunque me cueste la vida”, Javiera es “Contigo aprendí”, Antonella es “Toda una vida” y así varias. Su favorita es Paulina, “Dolor y hiel”, de Rubén Hidalgo, un bolerista de segunda línea que sonó poco en las radios de los años 50 pero mucho en las cantinas de Malloa, donde él y Luis nacieron. Encuentro en la soledad lo dulce de la miel, porque mi día a día es solo dolor y hiel, es su frase favorita de la canción, la misma que escuchaba cuando llegó a su cafetería al lunes siguiente de “Me engañas mujer”, o sea, de Valentina.

Luis es propietario del café Barrios, que no se llama así porque sea un negocio de barrio, sino por Lucho Barrios. El frontis parece la entrada de una cantina, porque antes lo fue, y no falta el borrachito despistado que entra gritando por una piscola. La clientela es mucha y fiel, Luis no puede quejarse, es dueño del café más concurrido del sector, gana y paga bien, y le permite llevar la vida tranquila a la que siempre aspiró. No es mucho lo que tiene que hacer, confía en su personal, así que pasa la mayor parte del día hablando con los clientes o leyendo en la oficina que instaló en la parte trasera. A quienes más adora son las parejas de ancianos que se sientan tomados de las manos y no se sueltan hasta que se van, abrazados. En realidad, Luis estima a todos sus comensales, pasados y presentes, salvo a una mujer que hace varios años empezó a ir regularmente al café. Guapa, opinó la primera vez que la atendió, pero insoportable. La flor de mi latte llegó deforme a la mesa, háganmela de nuevo, se quejó la mujer. La tercera vez que fue, lo saludó y se despidió con un movimiento de cabeza, pese a que Luis dijo hola, ¿cómo estás? y gracias por venir, que tengas un lindo día. La séptima vez, se acercó al mezón y después de pedir el segundo café le dijo, siempre tienes puesto boleros, ¿por qué no pones algo distinto? ¿Tienes algo de la balada italiana, un Umberto Tozzi, por ejemplo?, esa solicitud Luis la recibió como una patada en las gónadas.

Pero él prefiere no tener problemas con la clientela, así que accedió, de mala gana, no supo si lo disimuló bien, a todas las peticiones de la mujer, ella era la única cliente que hubiera preferido perder y no ver nunca más, pero sucedió lo contrario. Ese lunes en que llegó escuchando la canción de Rubén Hidalgo, después de Valentina, al momento de cerrar el local la mujer se acercó al mezón y le habló, ¿tienes tiempo para ir a tomar algo? Necesito hablar contigo. Él se quedó pegado como si le preguntaran algo que sabía pero olvidó, dejó de pasarle el paño a la taza que secaba. ¿O estás ocupado? Podría ser otro día, tú me dices. Luis no entendía que se le moviera el piso con esa mujer que no odiaba, pero que le resultaba desagradable. Al fin pudo decir algo, sí, la verdad es que tengo tiempo. Perfecto, dijo ella, ¿conoces el bar que está a dos cuadras doblando a la izquierda? Sí, lo conozco. Ella sonrió y se quedó unos segundos mirándolo. Te espero allá mientras terminas de cerrar. Se dio vuelta y caminó a la salida, pero se detuvo. Por si acaso, mi nombre es Laura.

En media hora cerró el café y caminó hacia el bar, iba un tanto incómodo, pensaba que no había tomado una buena decisión, lo mejor habría sido decir que no e irse para la casa, pero ya estaba comprometido y a los compromisos él nunca falta. Pasó a comprar una cajetilla de cigarros para hacer más agradable el momento y pronto estuvo sentado frente a Laura. Pidió una piscola y preguntó, ¿de qué querías hablarme? Laura pensó un momento y luego reaccionó, ah, de nada en particular, cuando dije que necesitaba hablar contigo era solo para que salieramos, tengo ganas de conocerte, aunque sé que no te caigo bien. Luis supo que no disimuló bien. Es verdad, no me caes bien. Eso nunca ha sido un motivo para que las personas no se conozcan, respondió Laura. Pero es un motivo para no quererlo, le devolvió Luis. Ella se mantenía sentada con las piernas cruzadas, bebía un vaso de whiskey, le pidió un cigarro y ambos encendieron uno. ¿Y tú quieres conocerme?, le preguntó. No creo que en una salida podamos conocernos, así que te respondo cuando nos vayamos. Es justo, dijo Laura.

Luis no supo si fueron las cuatro piscolas que se tomó o de verdad le agradó estar con ella, lo cierto es que al día siguiente se arrepintió de haber dudado de aceptar la invitación. Laura le pareció una mujer inquietante, tuvo la sensación de que ella sabía bien cómo captar su atención, porque él no dejó de responder a sus preguntas ni de poner atención a lo que decía, no dejó de mirarla. Se nota que te gustan mucho los boleros. ¿Cómo lo sabes? Tienes todo el día sonando esas canciones en tu café, ¿no te acuerdas que te pedí que las cambiaras? Luis recordó la sensación de la patada en las gónadas. Sí, es verdad, por algo italiano, ¿no? Exacto, es un tema que tengo, de familia, mi abuela y mi madre son fanáticas de la canción italiana, me encanta, el bolero no. A Luis no le importó que no le gustara el bolero, conoce a muy pocas personas que lo disfrutan, a ninguna de sus parejas les gustó. Conozco nada de los italianos, en verdad, nunca me interesaron. Eso no tiene importancia. Luis supo pronto cuál era la respuesta que le daría. ¿Me quieres conocer?, Laura se quedó esperando cuando salieron del bar. Sí. Y a continuación siguieron conociéndose, porque terminaron en la cama de Luis, se conocieron desnudos y conocieron una parte importante de los movimientos que cada uno hace al tirar y las técnicas que aplican para que el otro también disfrute.

Luis nunca inició un amorío en un intervalo de tiempo tan corto entre una mujer y otra, esta vez fue de un sábado a un lunes, en los quiebres anteriores siempre se daba el tiempo para escapar del luto con varias sesiones de bolero y vino, cuando está soltero apenas bebe alcohol. Con Laura estuvieron juntos casi cinco años. Luis nunca duró tanto con una mujer, que no se piense que el gusto por protagonizar tragedias de desamor lo obliga a iniciar las relaciones definiendo de antemano el punto final. Los boleros le empiezan a rondar en la cabeza y los espíritus de las melodías se le aparecen en los oídos cuando el tedio se presenta y el cuerpo de a poco le exige el deleite del padecimiento, eso puede ser dentro de meses o algunos años. Con la que más duró fue con “Bésame mucho”, o sea, Fernanda, tres años y siete meses, con la que menos, “Solamente una vez”, Daniela, tres meses. Laura también superó en importancia a “Dolor y hiel” y fue la primera en vivir con Luis. No faltan quienes lo catalogan como fracasado, un hombre discapacitado para el amor por una extraña razón oculta en la psique, sugerencias de consulta al psicólogo mediante, a lo que Luis responde con un sí, puede ser, lo pensaré. Con “Bésame mucho” varios respiraron satisfechos pensando que al fin sentaría cabeza, maduraría y formaría una familia, solo para después contener el aire y dictaminar que este ahuevonado no aprende. Por supuesto, nadie sabe de su hábito, si lo supieran, la sugerencia sería visitar a un psiquiatra.

No se podría decir que Luis es un amante extraordinario y temerario, destacado y despierto tampoco, pero sí correcto, prefiere vivir los romances con la tranquilidad de una planicie en medio de las montañas, la vida le fluye entre el café Barrios y la rutina con las mujeres que enamora, salidas a comer y películas en el cine o en la cama, poco regalo, mucho regaloneo y estabilidad, le gusta mantener las ondas de todo en un gráfico plano, sin alteraciones hacia arriba o abajo, alguien diría que tal cosa es el registro de un muerto, pero Luis respira, trabaja, se alimenta y cultiva algunos vicios, duerme, se baña y hace uso del baño, a lo que otros podrían decir que eso solo es ocupar espacio. Él se siente feliz, conforme, no tiene arrepentimientos, está contento con sus decisiones, total, dice, cada uno hace de su vida lo que quiere que sea. Cuando lo cuestionan, escucha atento, pero solo finge, siempre piensa en otra cosa y se contenta con dejar satisfecho a quien le está hablando y con la sensación de misión cumplida, le di una lección a este tipo.

Las relaciones pasadas de Laura muestran plazos y números de pareja similares a las de Luis, el hombre que más tiempo logró estar a su lado alcanzó los cinco años y ocho meses antes de cometer la estupidez de pedirle matrimonio y ella le dejara caer un no tallado en piedra. Laura es de las que se arrojan por la ladera de la planicie, de las que se lanzan en bicicleta o moto pendiente abajo, mejor si es en ala delta, e insiste en llevarse a todos consigo, logró hacerlo con Luis, le gusta tentar las señales eléctricas de la vida. No se priva de nada, piensa poco antes de actuar, tiene una urgencia permanente por matar la ansiedad como sea, actitud que más de alguno podría considerar como un arrebato inconsciente, un comportamiento de alto riesgo, una personalidad que le chupa la energía hasta al más avispado. Más de alguna vez se lo dijeron, recomendación para tratarse la ansiedad mediante, pero Laura, impulsiva como es, corta las discusiones en seco y le cierra cualquier oportunidad de juicio a quien le esté hablando. Para ella, el gráfico de sus ondas debe registrar la mayor cantidad posible de alteraciones hacia arriba y abajo, lo que llevaría a cualquiera a sugerir que eso produce infartos, pero Laura sigue viva y sana.

Logró que Luis la siguiera, pero le costó, tuvo que educarlo: cuando él se quedaba al borde de una piscina dudando, ella lo empujaba, si él no quería bailar por miedo al ridículo, sus pasos son una desgracia, ella lo sacaba a la pista y lo acosaba danzando como toplera para avergonzarlo, si él quería partir de viaje con tiempo, ella atrasaba todo y en el auto aceleraba mientras él se afirmaba de lo que tuviera a mano, si había cosas que él no estaba dispuesto a hacer en la cama, terminó haciéndolas. Luis compró todo y se acostumbró, a la fuerza, pero se convirtió en buen compañero de Laura. Ella, a pesar de sus arrebatos, practica la empatía, así que también se daba el espacio para acompañar a Luis, se quedaba en silencio cuando él leía, le hacía cariño como a una guagua mientras veían una película, guardaba la compostura cuando él quería gozar de una simple conversación. Laura le mostró la balada italiana, su favorito era Gianni Bella, pero también a Nicola Di Bari y Franco Simone, otros más modernos como Eros Ramazzotti, pero Luis no enganchó, Laura escuchaba las versiones en italiano y, aunque ella le tradujo algunas letras, algo sabía del idioma, a Luis no le gustó no entender lo que cantaban, no podía sentir, no podía vivir lo que decían. Laura se rindió. Él nunca trató de hacer que ella escuchara bolero, desde el principio le dejó en claro que no lo haría y nunca pudieron escuchar a sus favoritos mientras estaba el otro, cada uno disfrutaba su música en soledad, donde podían sentirla y vivirla en la intimidad.

Luis, embriagado de Laura, empezó a hacer más cosas en el café, atender las mesas, lavar y cocinar, sus empleados quedaron sorprendidos al verlo ir y venir de un lado a otro, ya no dejaba nada en manos del personal, pero, al no ser ese su estado natural, se comportaba más bien torpe, atolondrado, varias veces dio vuelta tazas de café sobre clientes, se le caían los platos y aburría a los comensales con conversaciones que parecían no terminar, todos intentaban detectar pausas en su verborrea para meter la despedida y desaparecer, pero pocos lo lograron. Luis fue perdiendo a varios de sus clientes más fieles, pero no parecía importarle, no tenía intenciones de detenerse, incluso dejó de leer en la oficina trasera del café. Las lenguas venenosas tardaron en aparecer, pero lo hicieron. Sus cercanos veían, para mal, a un nuevo Luis, si antes tenían alguna esperanza en que asentara cabeza con una mujer, esa luz se apagó como una ampolleta que explota. Laura era demasiado distinta a Luis, nadie pensaba que esa relación le hiciera bien, era mucha hiperventilación, él ya no dejaba hablar a quienes intentaban aconsejarlo, cerró todo espacio a las opiniones, como Laura. En todo caso, amigos y familia hicieron lo mismo que siempre hacen, lo dejaron ser, de todas formas, se decían unos a otros, sucederá lo que sucede en todas sus relaciones. Se equivocaron, aunque no lo sabían, porque cuando Luis todavía no pensaba en boleros, los espíritus de las melodías aún no se escuchaban en sus oídos y el tedio estaba lejos de aparecer, Laura terminó la relación.

Cuando ya vivían juntos, un día ella le pidió que salieran a desayunar fuera de casa y cuando estuvieron sentados uno frente al otro, y Luis pensaba que sería un desayuno como muchos, Laura se lo soltó, tenemos que dejar esto hasta acá, no quiero seguir contigo. La actitud de Luis no varió, no podía hablar, solo mirar fijo a Laura, ella esperaba algún comentario pero no llegó. Esto no está funcionando, pensé que aún te quería, pero no es así, creo que esto es muerte natural, no quiero que pienses que hiciste algo para que tomara esta decisión, al contrario, pero esto ya no va más, ya no te amo. Luis se rascó la barbilla, era natural que no supiera qué decir, antes lo habían terminado, pero todo inducido en secreto por él, con sigilo y atento a los detalles que detonarían el fin, en consecuencia, no tenía idea cómo salvar un quiebre. Era consciente de que esa relación duró más que cualquiera de las que tuvo, pero hasta entonces no apareció ni una canción, pensaba que ya no recordaba la voz de Manzanero o de Los Panchos. No se qué decir, no lo vi venir, estamos muy bien los dos, ¿o pasó algo que no me quieres contar?, logró preguntar. Para nada, respondió Laura, no siempre es necesario que pase algo, a veces el amor desaparece, tendrá sus razones, no me interesa averiguarlo, porque tampoco así lograría que volviera, sería forzarlo. A Luis le hacía sentido, pero no quería que la relación con Laura terminara ahí, en su interior sentía que no era el momento, después de todo, ella se convirtió en su gran amor, superando por lejos a “Dolor y hiel”.

¿No será porque no me gustan tus canciones italianas?, preguntó Luis. No seas pendejo, tú sabes que esas cosas no son importantes, a mí me dan lo mismo tus boleros y creo que nunca quisiste terminar conmigo por eso. Luis intentó pensar en otro argumento, pero no tenía nada. Al ver que él quedó en silencio, Laura continuó, ahora iré a la casa de mi madre, me tomaré unos días, luego te llamaré para ir a buscar mis cosas. Si después quieres decirme algo, no hay problema, estoy dispuesta, pero dame unos días. Laura se puso de pie y lo besó, salió sin decir nada más. Luis se quedó sentado un rato tratando de averiguar qué debía pensar, hasta que llegó a la idea inevitable de aprovechar la circunstancia para escuchar boleros y vivir, esta vez de verdad, sin fingir, sin actuar, el dolor de la tragedia. Ese pensamiento hizo liviano su cuerpo, después de todo, Laura le evitó el esfuerzo de ser él quien terminara o de gestar un final que implicaría tiempo para concretarlo, y así, tranquilo, incluso algo contento, se fue del local sin pedir nada para comer.

De camino a casa, pasó a un supermercado y compró seis botellas de vino. Llegó y preparó todo, puso un vinilo de Agustín Lara en la tornamesa y cuando iba a presionar play el dedo se detuvo. Se sorprendió, no tenía ganas de escuchar boleros ni de tomar, estaba incómodo, quería hacer otra cosa pero no sabía qué. Puso las manos en la cintura y pensó un instante. Caminó por la casa, ordenó algunos libros, limpió un par de muebles y lavó los platos, luego salió al patio trasero a barrer. Terminó y entró en la casa, se quedó mirando a Agustín Lara y nada, las ganas no aparecieron. Mejor salir un rato, recorrió calles y avenidas, se sentó en el banco de una plaza a ver cómo jugaban los niños y de pronto recordó que cerca estaba la tienda de vinilos viejos donde solía comprar. Tiene una colección de pocos discos, es lo que quiere y necesita, pero existen un par que de todas formas compraría si los encontrara. Fue a la tienda y estuvo un buen rato buscando, no había nada que le interesara, varios ya los tenía, se topó con algunos de Salvatore Adamo y Domenico Modugno, hasta que llegó a una recopilación de Rubén Hidalgo, tenía por título “Bolero Malloíno Vol. 2” y contenía “Dolor y hiel”. Se acordó de Paulina, buena época, ese fue el término en el que sintió mayor placer hundido en la tristeza, al menos hasta ese momento. El acetato estaba rayado, con arañazos profundos, pero lo compró, era lo que necesitaba, pero se engañó.

Pronto Luis se vio de nuevo frente a la tornamesa, con el dedo en el play y esta vez con el disco de Rubén Hidalgo recién comprado puesto en el plato. Pero no funcionó, no podía apretar el botón para hacer girar el vinilo. Fue a la cocina, abrió una botella de vino y llenó una copa, solo alcanzó a llevársela a los labios, ni una sola gota entró en la boca. Trató de apretar de nuevo el play y nada. ¿Cuál es el método más eficaz para salvar una relación? Como una ampolleta que se prende, recordó a Los Panchos y, claro, en esas voces encontró la respuesta, es evidente, se dijo, imposible que la pensara por mí mismo. Apagó el equipo y salió de la casa cantando, para que no quedara duda alguna, por llevarte hasta el altar, cantaré con alegría, que sin ti no quiero a nadie…, corrió hasta la avenida más cercana y tomó un taxi, pidió que lo llevaran al mall más cercano, ahí compró el anillo en una joyería de lujo, pidió el más barato. De vuelta en la calle tomó otro taxi y dio la dirección de la madre de Laura, urgió al conductor a pisar a fondo el acelerador. Llegó en unos veinte minutos, no había timbre en la casa, pensó en gritar el nombre de Laura pero se arrepintió, los vecinos podrían salir a ver qué sucedía, se habría armado una escena, además, le faltaba un bolero de fondo para eso. En el antejardín había un perro, por la pinta sería quiltro, grande, al ver a Luis empezó a correr con la lengua afuera y jadeando, agitaba la cabeza y la saliva regaba el pasto. Se fijó en que la reja no era muy alta, podría saltarla y entrar con facilidad, como un ladrón vulgar. Era de día, pero decidió hacerlo, pasó una mirada rápida a la calle, residencial, tranquila, solo vio a un par de viejos conversando más allá, no lo verían, tomó vuelo y saltó, quedó unos segundos de guata sobre la reja y luego se impulsó hacia adentro.

Apenas puso los pies en el pasto, el perro se le fue sobre la pierna, la agarró y empezó a puntearlo, le dejó el pantalón lleno de babas, Luis lo tomó de los lados y trató de sacárselo de encima, pero el perro era vigor puro, exitación pura. Tuvo que pegarle un manotazo y el animal cayó de espaldas, volvió a las cuatro patas con un movimiento rápido y se quedó mirándolo todavía con la lengua afuera. Luis pateó el piso y levantó el puño en amenaza, el perro arrancó por el pasillo lateral de la casa. Se acercó a la puerta de entrada y puso atención, sonaba música, juraría que era ese tal Gianni Bella. Golpeó, pero nadie abrió, pensó en golpear más fuerte, pero, otra vez, no tenía un bolero de fondo para eso. Las ventanas a los costados de la puerta tenían las cortinas cerradas, así que buscó en el pasillo por donde arrancó el perro, sintió que caminaba agachando el cuerpo y pisando despacio, lo que era una estupidez porque todavía había luz y estaba en el antejardín, cualquiera que pasara por la vereda lo vería, de verdad era un ladrón vulgar. Se enderezó y entró en el pasillo, el perro estaba al fondo, aún excitado. Luis se acercó a una ventana y miró, vio a Laura. Quedó helado, ella estaba acostada en el piso, cerca de un parlante con una botella de whiskey en la mano, miraba al techo y cantaba a los dioses, en caso de que alguno escuchara, casi gritando y golpeándose el pecho, non si può morire dentro, e morendo me ne andai, ora sono qui…

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